De Portomarín a Palas de Rei
4 de octubre, 2005
Claro, la bruta escalera nos esperaba otra vez, ahora para ser bajada... primero el pié derecho, después el izquierdo al mismo escalón y otra vez: derecho, izquierdo, derecho, izquierdo... uno no se da cuenta qué rapidamente se bajan unas escaleras cuando uno está sano y qué despacito hay que hacerlo cuando duelen las chiquizuelas. Pero bueno, las bajamos y enfilamos la senda que nos llevaría a Palas de Rei.
Apenas salidas de Portomarín esaba bastante húmedo, una nube de niebla nos acompañó hasta que salió el sol, como a las 9:30. El camino corre paralelo a la ruta, alejándose un poco por momentos.
Se agradece cuando deja de escuchar la interferencia del ruido de los motores. La verdad es que el ruido propio del camino es un bálsamo: los zapatos sobre la grava, el trino de los pájaros, los pasos curiosos e indecisos de ardillas y algún otro bicho de por ahí... cuervos y urracas que se acercan con prudencia pero decididos... en fin, se siente que uno está "de visita" y ellos se comportan amigables aunque no excesivamente confiados.
No es que nos creamos unas observadoras científicas, pero bueno, en estas circunstancias todo atrae la atención del caminante...
Suerte que tenemos cámaras digitales, que si no... la gracia de las telarañas nos hubiera costado un fangote de euros :o)
Durante la marcha uno se cruza con otros peregrinos - los deja atrás y viceversa - pero lo que uno aprende enseguida es que, cada uno a su aire, todo el mundo disfruta de forma similar de la caminata, las vistas, las charlas, las paradas, los bocadillos o las uvas que nos regalan los aldeanos generosos.

Y así fue que llegamos a Palas de Rei y nos alojamos en un albergue "de pago".
Final del segundo día!
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